martes, 17 de agosto de 2010

EL AÑO 2012 Y TODO AQUEL

Por: Miguel Garnett

No sabemos cuándo, pero sí, sabemos que va a suceder y, por lo tanto, debemos vivir nuestra vida de tal manera que en cualquier momento estemos listos para rendir cuentas sobre ella.

Ya, con las predicciones de los Mayas y la película 2012, hay bastante gente asustada, temiendo que el mundo se va a terminar el 21 de diciembre de ese año. No es la primera vez de que se difunde esta clase de noticia, ni tampoco será la última. En el año 1000, hubo pánico, y también en el 2000, mientras los Testigos de Jehová, y otros grupos, han anunciado el fin del mundo no sé cuántas veces, basados en interpretaciones muy particulares de algunos textos bíblicos. Y hasta ahora, el mundo sigue con vida. Sin embargo, el tema merece una reflexión y algunas aclaraciones.

En primer lugar, la hermenéutica bíblica es una ciencia que requiere estudios profundos, y libros como las Profecías de Daniel y Joel, y el Apocalipsis no son de fácil interpretación. Es bastante común que los predicadores que van de puerta en puerta señalan pasajes de estos libros para asustar a sus oyentes, pero los textos no fueron escritos para asustar, sino, al contrario, para animar en tiempos de persecución. En el caso de Daniel, la persecución era contra los judíos de parte del rey de Siria, Antíoco IV Epífanes ––quien reinó entre 175 y 164 a.C.––; mientras que el Apocalipsis fue escrita en la época de las persecuciones del imperio romano iniciadas por Nerón contra los cristianos en el año 64 d.C. Ambos libros, y Joel también, fueron escritos en un lenguaje especial que hace uso de imágenes y claves que fácilmente se puede interpretar mal. Un ejemplo claro de esto se encuentra en el mismo Joel, donde dice: “Después de esto, yo derramaré mi Espíritu sobre todos.…Daré a ver señales en el cielo… el sol será cambiado en tinieblas y la luna en sangre…” (Jl. 3, 1-5) Este texto da la impresión de un cataclismo cósmico, pero es citado por San Pedro el día de Pentecostés, cuando los apóstoles recibieron al Espíritu Santo. Eran las 9.00 a.m., el sol brillaba en el cielo y no había nada de sangre. Entonces, ¿cuál es la relación entre el texto y el acontecimiento? Muy brevemente es ésta: el texto habla de una situación en que hay un cambio total, expresado en forma poética. El cambio ocurrió aquel día de Pentecostés, cuando los apóstoles dejaron de ser un grupo temeroso y escondido a ser uno de hombres valientes, dispuestos a proclamar abiertamente la Buen Nueva de Cristo.

Aparte de esta observación escueta sobre la interpretación de textos bíblicos hay, por lo menos, dos cosas más que merecen nuestra reflexión con respecto al fin del mundo. La primera es que sí, para cada uno de nosotros la vida en este mundo se va a acabar. Es un tema que siempre ha estado presente en el mensaje cristiano y vale la pena recordar que la pared detrás del altar en la Capilla Sixtina ––donde se elige al Papa–– está pintada con El Juicio Final de Miguel Ángel. Entonces, sabiendo que un día tendremos que hacer el viaje de la muerte, lo más sensato será asegurar que estemos listos. ¿Cómo? Viviendo bien la vida; porque la persona que muere bien es ella que ha sabido vivir bien.

La otra cosa que merece nuestra atención es que parte de la tarea de vivir bien es tratar mejor al mundo en que vivimos, la pachama, la creación de Dios. Con mucha razón, el Papa Benedicto cita en su encíclica La caridad en la verdad un texto de Génesis 2: “Yavé tomó, pues, al hombre y lo puso en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo cuidara”. Ya sabemos que si seguimos tratando mal al mundo, éste sí se va a acabar. Entonces, somos llamados a tomar conciencia y no continuar con la contaminación y la destrucción del equilibrio ecológico. No sólo países industriales, como USA y China, tienen que cambiar actitudes, sino también nosotros que contaminamos con los plásticos que echamos a la calle y los carros que botan humo.

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